martes, 26 de junio de 2012

Poemas dedicados a los héroes de la Independencia Española (1808-1814)

- "Napoleón y los héroes del 2 de Mayo" de Bernardo López García:


Ellos murieron con la frente erguida;
también la tumba devoró al coloso
que humilló con su brazo poderoso
la cabeza de Europa enardecida.


Ellos cedieron con afán su vida
por el patrio blasón, noble y hermoso;
él, por regir con cetro belicoso
segundo Dios la humanidad vencida.


Una corona altiva y esplendente,
del tercer Bonaparte el culto abona
regia brillando en su blasón potente;
de ellos la tumba la virtud pregona;


¡héroes... dormid en paz...! para el que siente,
vuestra tumba es mejor que su corona...!


- "Recuerdos del dos de mayo"  de J. E. Hartzenbusch:


Allí, donde tiene asiento
sobre estériles arenas
el tardío monumento,
viejo ya por el cimiento,
por la cima juvenil,

allí fue donde inhumanos
los que dieron a la Europa
nuevas leyes y tiranos,
contra inermes ciudadanos
asestaron el fusil.


Sangre allí por mano aleve
derramada, formó arroyos,
y encerraron anchos hoyos
sacerdotes con la plebe
confundidos a la par.


¿No escucháis esa campana
que se mece en lento giro?
Cada son recuerda un tiro
que una vida castellana
dejó al mundo que llorar.


Fementidos extranjeros
que aguzaban solapados
contra España los aceros,
falsamente encaminados

a talar otra región,
desnudáronse aquel día,
que enlutó su verde a mayo,
del disfraz que los cubría,
y del trono de Pelayo
profanaron el blasón.


Generoso y no prudente,
tuvo el hijo de los Cides
a sus plantas la serpiente,
y por no temer su diente,
cariñoso la halagó:


Y a su salvo la traidora
derramó en el seno amigo
la ponzoña matadora.
¡Cruda herida que aún se llora,
Porque el tiempo la enconó!


Sin defensa abandonado
viose entonces el Ibero:
su monarca deslumbrado,
por escrúpulos de aliado
se olvidó de que era rey.


Nos mandaron las legiones
del isleño codicioso,
con la voz de sus cañones,
abatir nuestros pendones,
renegar de patria y ley.


Y al insulto ardiendo en saña,
fulminó su rayo España
y en refriegas pertinaces
disipáronse las haces
que juntó el gran adalid:


Y a las puertas de Vitoria
completose al fin la gloria
que los cielos prometieron
a los tristes que murieron
en el Prado de Madrid.


Nobles mártires, que ahora
nueva guerra por Castilla
veis cundir asoladora,
que os conturba en vuestra silla
levantada sobre el sol:


vuestro fin labró la fama
del guerrero esclarecido
que por grande el mundo aclama;
grande, sí, porque vencido
tarde fue del español,


su grandeza, donde a una
con empeño trabajaron
la ambición y la fortuna,
fue un altar que consagraron
lazos mil a su interés.


Si del corso estremecieron
las miradas fulminantes
a los pueblos que le vieron,
fue porque hombros de gigantes
sustentábanle los pies.


Esa audacia desmedida
que te alzaba hasta el imperio
devastando un hemisferio,
preparaba tu caída,
destructor Napoleón:


Que a cometas refulgentes,
como tú, pero fatales,
los decretos celestiales,
protectores de inocentes,
dan fugaz aparición.


Tú en el último destierro
solitario te subías
a la cúspide de un cerro;
tú mil veces dirigías
las miradas hacia el mar:

Y con hórrida congoja
convertirse acaso viste
de azulada el agua en roja,
y la sangre conociste
que mandaste derramar.


De discordia y de rencilla,
y tu sombra rencorosa
de sus creces cuida aún.


Asentaron en las olas
mil cadáveres las plantas,
y con voces españolas
resonaron sus gargantas
que el cuchillo atravesó.

Y envidiaste aquel instante,
precursor de horrible fallo,
al peón que, palpitante,
bajo el pie de tu caballo
el espíritu rindió.

Tu memoria maldijeron:
que entre todas las naciones
donde huellas imprimieron
sus aciagos batallones

por su mal y mal común,
fue la España en quien semilla
prodigaste más copiosa
codiciosos tus paisanos,
como tú de nuestra ruina,
fomentaron entre hermanos
lucha bárbara intestina
que enflaquezca su valor:

Que aprendieron con vergüenza,
combatiendo contra España,
que como ella no se venza,
no le es dado a gente extraña
producir su vencedor.



- "A Zaragoza rendida por el hambre y la peste, más bien que por el valor francés" de Juan Nicasio Gallego:



Viendo el tirano que el valor ferviente
domar no puede del León de España,
ni al lazo odioso de coyunda extraña
dobla el fuerte Aragón la invicta frente,

juró cruel venganza, y de repente
se hundió en el Orco, y con horrible saña
del reino oscuro que Aqueronte baña
alzó en su ayuda la implacable gente.

De allí el desmayo y la miseria adusta,
de allí la ardiente sed, la destructora
fiebre salieron y el contagio inmundo.
Ellos domaron la ciudad augusta;

no el hierro, no el poder. ¡Decanta ahora
tu triunfo, oh Corso, y tu valor al mundo!


- "A la victoria de Bailén" de Andrés Bello:



Rompe el león soberbio la cadena
con que atarle pensó la felonía,
y sacude con noble bizarría
sobre el robusto cuello la melena.

La espuma del furor sus labios llena,
y a los rugidos que indignado envía,
el tigre tiembla en la caverna umbría,
y todo el bosque atónito resuena.

El león despertó; ¡temblad, traidores!,
lo que vejez creíste, fue descanso;
las juveniles fuerzas guarda enteras.


Perseguid, alevosos cazadores,
a la tímida liebre, al ciervo manso;
¡no insultéis al monarca de las fieras!

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