Luego de ser descubierto y conquistado el continente americano de norte a sur y de este a oeste por los intrépidos españoles, los cuales estaban sobrados de honor, de brío, de garbo y de gloria. Lo único que les faltaba a los íberos leones era el parné. Muchos hombres fueron los que anduvieron en busca de las soñadas ciudades cargadas de oro, plata y joyas. Unos de esos sensacionales lugares son Cíbola y Quivira. En sus praderas habitaban millones de cíbolos (bisontes) y fueron buscadas por Nueva España, entre los paises actuales de México y Estados Unidos de América.
Éstas siete magníficas ciudades fueron fundadas, según cuentan, por siete obispos de Mérida en el año 713, los cuales embarcaron sin rumbo fijo hacia el oeste para salvar las reliquias y símbolos religiosos que había en ésta ciudad extremeña por temor de los moros. No hace falta decir que dos años antes la Península Ibérica fue invadida por las medrosas huestes musulmanas.
Aunque primero fundaron Cíbola y Quivira, había tantas riquezas en éstas tierras que los siete obispos decidieron fundar una ciudad cada uno. Las siete ciudades fueron nombradas así; Aira, Anhuib, Ansalli, Ansesseli, Ansodi, Ansolli y Con. Todas ellas estaban erigidas en oro y las calles estaban pavimentadas de materiales preciosos.
Álvar Nuñez Cabeza de Vaca junto a sus tres compañeros supervivientes del naufragio de su expedición a La Florida en 1528 aseguraron haber escuhado a algunas tribus indígenas asegurar la existencia de riquísimas tierras aún sin descubrir. Ésto sólo hacía aumentar la leyenda.
El primer explorador encargado de conquistar éstas ciudades y tomar para España sus respectivas riquezas fue Marcos de Niza, un fraile franciscano que fue enviado por el Virrey Antonio de Mendoza después de escuchar los relatos de Cabeza de Vaca. De su primera expedición aseguró haber visto a lo lejos una ciudad más grande que Ciudad de México antes de que la muerte le visitara a él por sorpresa. Allí los nativos utilizaban vajillas de plata y oro, decoraban sus casas con turquesas, perlas gigantescas y esmeraldas. Todo fue desmentido por la segunda expedición que promovió Antonio de Mendoza, ésta vez encomendada a Vázquez de Coronado.
En ésta nueva expedición, los españoles fueron atacados por tribus nativas, pero gracias al don pacificador de Coronado no le impidió alternar su ruta. Pero jamás llegaron a Cíbola, ni a Quivira. Como decía Calderón de la Barca; "los sueños, sueños son". Pero la suerte de Coronado y el resto de expedicionarios españoles no fue del todo mala. No encontraron riquezas materiales, pero sí una de las mayores riquezas naturales del mundo; El Gran Cañón del Colorado, visto por primera vez por ojos europeos.
Un artículo muy interesante, gracias por publicar esta parte de la historia tan desconocida.
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